Querido Gritón,
Ayer salí a regar el jardín. La tarde era luminosa y fresca. Después de dos días de frío intenso, uno de ellos acompañado de esa llovizna persistente que dejó nevados a los volcanes, el aire se sentía limpio. La ciudad estaba tranquila por ser puente. Había silencio.
Esta época del año que más disfruto del jardín porque las plantas echan a andar su ritual anual de primavera: el ciruelo florea y las hojas de la astronómica empiezan a explotar. Día con día son más y minuto a minuto crecen.
Hace un año, cuando hiciste tu pieza Tristeza Infinita sobre el camellón de la calle de Orizaba, me conmovió mucho y quise llevarme un pedacito de esa sensación a la intimidad de mi casa, por lo que coloqué decenas de pequeños listones en los troncos secos de la astronómica y en la reja de entrada. No tenía muy claro qué más hacer con ellos ni tampoco con el dolor y el miedo que sentía en este país tan fustigado por la violencia.
Los listones ahí siguen. No he querido quitarlos. No he podido.
En junio del año pasado, cuando ya había florecido la astronómica y en nuestra ciudad empezó a surgir el movimiento Yo soy #132, escribí un texto porque sentí esperanza.
Pasaron el verano, el otoño y el invierno y ahí seguían colgados los listones. Cambió el gobierno aquí, en Estados Unidos y hasta el Vaticano estrenó Papa. Mi familia y amigos empezaron a preguntar por qué seguían ahí los listones.
Ayer me di cuenta que no los puedo quitar porque no quiero olvidar.
Por lo pronto ahí se van a quedar los listones, junto con las preguntas que se me ocurren cada vez que paso junto a la astronómica. ¿Algún día dejará de crecer la lista de muertos y desaparecidos? ¿Qué le puede suceder a una sociedad que se acostumbra a la violencia? ¿Dónde quedó la energía de las protestas del año pasado con toda la producción artística que suscitó? ¿Por fue tan fácil distraernos? ¿Quién sacó ventaja de nuestras buenas intenciones… de nuestra preocupación?
