María Laura Rosa, Lorena Wolffer y Mónica Mayer
Echar a andar El Tendedero o cualquier otro proyecto con una curadora feminista en toda la extensión de la palabra, como es María Laura Rosa invariablemente es una aventura compleja, comprometida y amorosa. Se da y se recibe. Es atizar el fuego de esa pasión que compartimos por el cambio profundo. Es continuar con el laberíntico entretejido entre el arte, la pedagogía y la política. Es trabajar un chingo y dos montones en proyectos que siempre se desbordan. No siempre es fácil, pero me hace muy feliz.
El Tendedero de Buenos Aires inició principios de julio de 2018 y es de los que más ha reverberado. Fue parte del Laboratorio de Arte y violencia de Género (LAV) que instigó, curó y organizó María Laura y del que habíamos empezado a platicar junto con Lorena Wolffer meses antes, en alguno de los viajes de la historiadora del arte a México.
Conozco a María Laura desde hace casi 10 años, cuando empezamos a escribirnos. En aquella ocasión me comentó sobre su doctorado en arte feminista argentino, un tema que me era desconocido, y me dijo que cuando se presentó la muestra La era de la Discrepancia en su país, le reclamó a Cuauhtémoc Medina que no hubieran incluido al grupo de arte feminista Polvo de Gallina Negra. Con esos dos datos me ganó por completo. Desde entonces llevamos una cálida amistad y un diálogo profesional intenso y por eso sé que este proyecto ha sido particularmente importante para ella ya que, además de ser parte de nuestro activismo cotidiano en contra de la violencia hacia las mujeres, fortalece el puente que lleva años construyendo entre nuestros países.
De México estábamos Lorena Wolffer y yo. A Lorena la conozco casi desde muy jovencita, cuando era subdirectora en ExTeresa. Su compromiso con el feminismo es tan profundo como su cuestionamiento del sistema artístico. Nuestro diálogo a lo largo de las décadas ha sido constante. Por parte de Argentina participaron Ana Gallardo y Diana Schufer, cuya obra conocía, pero a quienes tuve el honor y el gusto de conocer personalmente en este laboratorio.
El proyecto, que empezó como tantos otros como un sueño, poco a poco se fue concretando y consiguiendo apoyos. Esto en gran parte se debió al entusiasmo de la Embajada Mexicana, tanto de la Embajadora Mabel Gómez Oliver como de Diego de la Vega, el agregado cultural y a la gestión de Ana Gallardo en el medio artístico.
El viaje hasta Argentina fue tortuoso. Salí 31 de junio durante el día en vuelo directo para llegar a descansar un poco y participar al día siguiente en la presentación del LAV en la Fundación PROA. Una intensa neblina sobre Buenos Aires lo impidió y aterrizamos en Santiago de Chile. Después de padecer varias horas en el caos del aeropuerto en lo que la línea aérea decidía cuánto tiempo permaneceríamos ahí y qué nos enviaran al hotel, llegué al cuarto agotada casi a la media noche, con la noticia de que, como la tripulación tenía que descansar 24 horas, saldríamos hasta la noche siguiente.
Afortunadamente, la tecnología participar en la primera mesa. Escuché y fui escuchada…. y vista, muy vista. Ahí se lanzó el proyecto y ahí empezaron a consolidarse las alianzas con artistas, activistas y pedagogas que harían de este un proyecto inolvidable.
Febrero de 2019
Monica Mayer