Cada activación de El Tendedero es un mundo y resulta difícil poner en palabras las experiencias tan complejas de estos procesos.
Primero está el trabajo con el equipo que va a interactuar con el público para obtener las respuestas de El Tendedero. Esta es la parte del proceso que más disfruto porque comparto información y hablamos en grupo de nuestras experiencias personales de acoso y de trabajo con el público. Los talleres son el espacio en el que la pieza se transforma o adapta a cada contexto y el momento de expresar dudas, críticas o sugerencias. Ahí crece. En El Trapito este proceso se había dado telefónicamente semanas antes de mi llegada a Argentina y a partir del taller que les impartí llegando del que platiqué en El Tendedero de Buenos Aires: Las primeras actividades.
Después nos salimos al espacio público para reunir respuestas. Este momento es el más importante para la pieza porque ahí nos caen los veintes a quienes preguntamos y a quienes responden, aunque no lo disfruto tanto porque, a pesar de haber hecho la pieza tantas veces y en tantos lugares, continúo siendo tímida y las historias de acoso me siguen doliendo. Ahí, al responder y al leer las respuestas sucede la concienciación, que a fin de cuentas es el objetivo político y performático de la pieza.
En El Trapito nos concentramos en su barrio, que es La Boca. Si bien es una zona en proceso de gentrificación salpicado de espacios artísticos, muchos de los habitantes son inmigrantes y/o de clase trabajadora. Primero sacamos El Tendedero afuera de la organización. Después transitamos por las calles aledañas a la organización y llegamos hasta PROA. Fácil nos echamos un par de horas en el recorrido. Esta reactivación fue el miércoles 11 de julio de 2018.
A diferencia de la explanada de un museo, que aunque es un espacio público no deja de ser privado, salir a la calle implica otras reglas. En Culiacán, Tuxtla Gutiérrez, Chihuahua, Guanajuato y CDMX hemos puesto El Tendedero en plazas en los Centros Histórico. De alguna manera son espacios neutrales, controlados por las autoridades, en los que la participación del público siempre ha sido fluida y entusiasta. Abrimos la conversación diciendo que se trata de un proyecto artístico para que no crean que es propaganda o que les estamos vendiendo algo y a partir de eso se entablaba un diálogo para obtener su confianza y nos compartan cachitos de su vida. Es un momento muy íntimo y las mujeres nos regalan historias que muchas veces no le habían platicado a nadie más.
Pero hay lugares más difíciles como La Boca, que es una comunidad en la que todo mundo se conoce y aunque es la calle, no me atrevería a llegar sin personas del rumbo. No lo haría en La Boca o en cualquier otra zona habitacional de cualquier estrato social porque si bien son espacios públicos, no son neutrales. Hace años me tocó participar en una serie de intervenciones artísticas urbanas de la Sociedad del Espectáculo, el proyecto de Dulce María López Vega y Daniel Rivera. Fue en las colonias Merced, Guerrero y Narvarte en la Ciudad de México. Llegamos a hacer performances e instalaciones y las respuestas de los vecinos no se dejaron esperar. En la Merced, la colonia más pobre, los vecinos salieron a ofrecernos tacos de frijol. Los de la Guerrero nos dejaron trabajar sin problema y en Narvarte, que es más clase media, nos echaron a la policía. Aprendí que hay de espacios públicos a espacios públicos.
Evidentemente en La Boca conocen a El Trapito y a quienes ahí trabajan… y viceversa. El ejercicio no era anónimo, lo que quizá inhibía la participación, pero por lo mismo abría la posibilidad de que si hacía falta, se podría dar seguimiento a casos particulares. En un principio las respuestas no fluyeron tan rápido como en la explanada del MALBA, pero se dieron conversaciones largas. Me recordó un poco a los primeros tendederos en los años 70 en la CDMX, en los que a las mujeres les costaba trabajo hablar de estos temas porque estaban demasiado naturalizados en el caso de acoso y ocultos, en los de violación e incesto. Meses más adelante, Jeannette Mellado Melo, subdirectora de El Trapito, hablaría sobre este tema durante Resultado de la experiencia, la exposición del Laboratorio de Arte y Violencia de Género en el Museo de Arte Contemporáneo de Boca (MARCO).
Yo recuerdo tres interacciones en particular. La primera fue con un par de jovencitas que se acercaron al Tendedero tímidamente el primer día a leer algunas de las respuestas, pero no se atrevieron a escribir. Al día siguiente pasaron nuevamente por ahí y leyeron otro poco. La tercera fue la vencida y por fin se animaron a escribir. También recuerdo a una mujer joven, que ha recibido apoyo de la organización. Ella me relató una serie de episodios de violencia sexual y familiar dolorosísimos. Me pidió que yo escribiera porque ella no podía. Por último, recuerdo a una doña maravillosa que salió del mercado y nos dijo que lo que hacíamos era muy valioso porque nunca debíamos aceptar la violencia en contra de nosotras. Nos platicó que su padre, que fue militar, un día golpeó a su madre y ella agarró un jarrón y se lo rompió en la cabeza, amenazándolo con que si volvía a tocar a su mamá, lo iba a matar. Jamás volvió a lastimarla.
Fotos Juan Diego Pérez
Recorriendo el barrio llegamos al museo PROA y nos colocamos en la explanada sin previo aviso. Los vigilantes rápidamente salieron a quitarnos, como corresponde, pero del museo salieron a avisar que no había problema e incluso Adriana Rosenberg, la directora, bajó y participó en El Tendedero.
Mónica Mayer
Febrero 2019